domingo, 27 de septiembre de 2009

Práxis Cadavérica en Árabe Clásico

Mirando por la ventana admiro cómo caen al suelo copos de nieve. Horas más tarde se acumulan varios palmos de albor, del que dan buena cuenta un ejército de juguetonas ratas. Una inexpugnable fuerza les lleva a comer nieve, inconscientes del mal que se cierne sobre ellas.

Sé que mi deber es salir desnudo, unirme al festín, y morir congelado. En cambio busco leña, leña que arranqué de las manos a un moribundo médico judío y enciendo una estufa, junto a la que me emborracho y decepciono profundamente leyendo a Kant.

Antes incluso de que los Polo trajeran seda y especias de Oriente, ya se podían encontrar por toda la Cristiandad lujosas telas con las que velar nuestros pensamientos.

Más tarde, en 1848, un fulgor revolucionario recorrió Europa. Pero en un acogedor burdel bávaro, una mujer permaneció ajena a todo el revuelo que se generó a su alrededor. Se limitaba a lavar una y otra vez unas malolientes y raídas cortinas color burdeos.

Nunca más hubo cortinas en aquella casa.

Ni nunca las habrá, el invierno ha llegado.